Ennio Morricone tocó las emociones sin necesidad de imágenes

jueves, 20 de marzo de 2008 |

Podría decirse que el primer concierto de Ennio Morricone en Chile se disfrazó de perfección. No lo fue, pero estuvo muy cerca. El público estaba deseoso de una noche inolvidable y la triple ovación final probablemente dejó aquella sensación en la mayoría, aún cuando en los primeros compases tanto el Coro Sinfónico de la Universidad de Chile como la Orquesta Sinfónica de Roma presentaron una rigidez que dañó ligeramente un repertorio muy bien diseñado en bloques temáticos.

En un inicio en el que incluso la iluminación del recinto tartamudeó, aspecto que bien pudo actuar como factor distractivo para los intérpretes (al menos lo fue para los espectadores), el canto de las cuerdas en los tres pasajes ofrecidos de "Érase una vez en América" y la reconocible melodía de "Cinema Paradiso", con una efectiva Gilda Buttà al piano, comenzaron a endulzar el ambiente.

La batuta del maestro romano tomó energía y ya en el segundo acto, presentando algunas de sus obras más conocidas para westerns de Sergio Leone, se adueñó de la velada. La entrega de la soprano Susanna Rigacci, con brillantes vocalizaciones para "Érase una vez en el Oeste" y "El éxtasis del oro" (de la película "El bueno, el malo y el feo"), fue el condimento que terminó de rellenar cualquier vacío que pudiese haber dejado la primera sección del concierto. El cambio fue notorio. De un golpe se sintió que la ausencia de un referente visual -la imagen de la película- era reemplazable por la evocación.

Siguiendo con la línea de la destacada participación de los solistas, tras el intermedio Luca Pincini visitó con destreza en el violonchelo trabajos televisivos de Morricone, elevando el arreglo de "Marco Polo" como uno de los puntos altos de la noche. Una tarea nada fácil por dificultad de la versión (especialmente hecha para Yo-Yo Ma), pero a la que Pincini respondió no sólo con eficiencia técnica, sino que con una admirable generosidad con el resto de la orquesta.

Con "Pecados de guerra" y "Queimada", dos bandas sonoras que en general no son conocidas por los seguidores nacionales, se logró igualmente atraer al público. La primera, con su elegíaca y meditativa expresión; la segunda, con un ritmo atractivo muy bien dirigido por Morricone.

El cierre con "La misión" causó lo esperable. Las tres piezas que completaron el programa son clásicos de Morricone y la agrupación que lo acompaña, pero la grata sorpresa fue la excelente incorporación de las voces del coro de la Universidad de Chile en esta mezcla. La suite que incluyó "El oboe de Gabriel", "Cataratas" y "En el cielo como en la Tierra", estuvo a la altura de las expectativas.

Los generosos aplausos del público obligaron a Morricone a salir tres veces más al escenario. Y sí que valieron la pena. El conductor le pidió al coro de la Sinfónica que repitiera el "Ave María Guaraní", que había sido una deslucida introducción al concierto. En este bis, las voces nacionales se sacaron la espina encarando con aplomo un tema muy exigente. El tiempo también alcanzó para un encore de "El éxtasis del oro" y "En el cielo como en la Tierra", otra vez consiguiendo interpretaciones tan buenas como las del programa oficial.

Fue una noche que mereció el traje formal. El garbo elegante y a la vez humilde de Morricone se apreció tema tras tema a medida que sus músicos sintonizaron con sus movimientos. Quién más idóneo para interpretar una obra que el propio autor de ella.

Anoche, el cine regaló su música. Esperemos que, de ahora en adelante, en Chile la música también le regale al cine y ambos en su conjunto tengan la apreciación que se merece.

Via emol.com

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