Funeral de Luciano Pavarotti sin divos

jueves, 13 de septiembre de 2007 |

De los tres tenores, sólo había uno, él mismo. Ni Plácido Domingo ni José Carreras. Y después de 45 años de carrera y siendo uno de los más grandes intérpretes de todos los tiempos, ningún gran nombre de la lírica. La ópera desertó ayer en Módena el funeral de Luciano Pavarotti, una ausencia sonora, curiosa y llamativa que ahí queda, para la historia, aunque ayer sobrevolaran sobre ella las crónicas entusiastas de los medios italianos. La deserción quizá se deba a los compromisos artísticos, pero parece certificarse la distancia que se abrió con los años entre él, los colegas, la crítica y los teatros. En la ceremonia cantaron Andrea Bocelli, más cercano a la música ligera, la veterana soprano búlgara Raina Kabaivanska, vieja amiga de Pavarotti que vive en la ciudad, y la coral Rossini, el grupo local donde empezó a cantar el famoso tenor.

No había figuras, sólo gerentes: Stephane Lissner, de La Scala, donde Pavarotti actuó 140 veces, y Joe Volpe, del Metropolitan de Nueva York, su otro gran teatro de referencia. Riccardo Muti pasó de noche por la capilla ardiente y Montserrat Caballé envió una gran corona de rosas blancas con la frase «Tu recuerdo estará conmigo por toda la eternidad». Su vecina, amiga de la infancia y compañera profesional, Mirella Freni, estaba sentada como invitada en la mesa de retransmisión de la RAI, colocada junto a un confesionario, y no pudo evitar las lágrimas.

El sabor local era predominante, pues Módena, su ciudad, estaba entera, dentro y fuera del Duomo. Italia cumplió su parte, con el primer ministro, Romano Prodi, varios ministros y otras autoridades. Las celebridades eran también de carácter patrio: el director de cine y de escena Franco Zefirelli, la bailarina Carla Fracci, los cantantes Zucchero, Jovanotti, Gianni Morandi y alguna cara de la televisión. El mundo del pop quedó salvado por la presencia de lujo de Bono, de U2, pero no había nadie más. De doce ediciones de 'Pavarotti and friends', los amigos no se veían por ninguna parte. Es verdad que eran conciertos de circunstancias y a menudo el maestro los conocía el mismo día del concierto -«¿Hey, Pav!», le dijeron en su día las Spice Girls al llegar, mientras él preguntaba quiénes eran esas chicas-, pero parecía que había algo más detrás. El ex-secretario general de la ONU, Kofi Annan, testimonió con su presencia el compromiso humanitario del tenor. Y ya está.

De este modo, la raíz y la garra popular de Pavarotti quedó más en evidencia, porque sus paisanos no le fallaron. También hubo aficionados que cogieron un tren y se acercaron, pues Milán, por ejemplo, está a menos de dos horas. Al cierre de la capilla ardiente, abierta el jueves por la noche, se calculaba que habían pasado 100.000 personas. Hay un dato fiable: las fotos de recuerdo que se entregaban en la entrada, que han sido 87.000. Ayer en el funeral no entraba nadie en la iglesia, pues las 700 plazas eran casi todas para invitados, la 'jet' modenesa y amigos de la familia. Fuera, pese a que picaba el sol, la plaza del Duomo se llenó a rebosar, así como las calles adyacentes y las dos plazas donde se colocaron pantallas gigantes.

Las cifras del ayuntamiento hablaban de 50.000 personas. En las horas previas a la misa en los altavoces sonaba la voz de Pavarotti cantando algunas de las arias más famosas. 'Nessun dorma', 'Una furtiva lacrima',... La gente aplaudía al final de cada pieza y se respiraba la conmoción colectiva, ese decaimiento sentimental que envuelve a los italianos en las grandes ocasiones, cuando se va un mito que es suyo y logran percibir su grandeza como pueblo, habitualmente oculta por una realidad cotidiana decepcionante.

Girasoles y rosas

El féretro de Pavarotti era blanco, como él había pedido, y estaba cubierto por girasoles y rosas blancas y rojas. Su mujer, Nicoletta Mantovani, iba vestida de verde. El tenor ya había dicho que no quería a nadie de negro. En el otro extremo del banco, con la distancia de algunas personas en medio, su primera mujer, Adua Veroni y sus tres hijas. El arzobispo de Módena abrió la ceremonia con la lectura de un mensaje del Papa, que recordaba a «un gran artista de extraordinario talento que ha honrado el don divino de la música». Fue una cierta reparación de la severidad del 'Osservatore Romano', el diario vaticano, que el mismo día de su muerte le reprochó haber sido «raptado por las sirenas del éxito». Por otro lado, algún párroco de Módena no dejó de protestar ayer por la apertura del Duomo al tenor, dado que era divorciado.

La misa transcurrió jalonada por los aplausos que llegaban del exterior en los momentos más emotivos de la ceremonia, mientras dentro se mantenía la solemnidad. «Creo que son pocos quienes pueden imitarlo como tenor. Pero nadie puede decir que sea capaz de seguir su estela de solidaridad, caridad y amistad», dijo el prelado en la homilía.

El primer ministro, Romano Prodi, boloñés y de la misma región del cantante, tomó la palabra al final de la misa para dar un agradecimiento de escala nacional: «Italia hoy está triste, pero orgullosa. Gracias, gracias». Fuera retumbaron los aplausos, pero dentro del Duomo resistía el silencio.

Para cerrar la ceremonia, invadió la catedral la voz grabada de Luciano Pavarotti, en un antiguo dúo con su padre, gran amante de la ópera y quien le contagió su pasión, del 'Panis Angelicus'. Cuando terminó, dentro del Duomo no se pudo más y por fin irrumpió una ovación liberatoria y de auténtica gratitud al maestro, por su voz y su humanidad. Pasaban los minutos y los aplausos seguían. Hasta hubo sonrisas.

Cuando el féretro salió a la plaza, Pavarotti se zambulló en un clamor popular. Los aviones de la fuerza acrobática trazaron los colores de la bandera italiana en el cielo, sobre el Duomo, con un fragor aéreo. Fue una estampa inolvidable. Los italianos hacen estas cosas como nadie. El gran Luciano se fue envuelto en el amor de su propio pueblo.

Via ideal

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